En este disco se le canta a la muerte, pero con la intensa energía que todo lo renueva, es el final y es el comienzo, es al mismo tiempo la rabia de la pérdida y la sonrisa del flashback de los buenos recuerdos.
Y quince musicos que no dan respiro, con sus instrumentos extraños al rock: violines, acordeones, xilófonos, mandolinas, ukeleles, violonchelos más guitarras de todo tipo y color, percusiones y coros.
Un ritual épico hecho con dolor pero que descarga las más grandes dosis de optimismo que hace tiempo no escuchaba, y más aún de un lugar tan grande como escondido.
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